Un domingo por la mañana me trajo el desayuno a la cama. Estuvimos hablando un rato y me entregó un paquetito con una nota. En la nota ponía “póntelo en la comida con mis padres”. Yo, ingenua de mí, imaginé que era una pulsera o una pieza de ropa, ¡pero qué bah! Ahí estaba el huevito violeta mirándome. Al principio me dio un poco de vergüenza, pero a medida que el vino corría por la mesa y de que yo me olvidaba de todo, la cosa fue a mejor. ¡Tuvimos que escapar a la hora del postre para echar uno rapidillo en el coche!




